lunes, 31 de octubre de 2011

Punto de inflexión (I) (Ana)

¿Cómo he podido llegar hasta este punto?...ese escozor de nuevo, en la cara, en los brazos… ¿Cómo? Claro…creo que ya me lo han explicado. Pero… ¿Cómo? Y sobre todo ¿Por qué?

No creo que se pueda saber cómo hemos llegado hasta cierto punto en nuestras vidas a no ser que vayamos hasta el momento de inflexión y lo analicemos y lo observemos desde un punto de vista ajeno a nosotros mismos, porque si estamos metidos de lleno en el torbellino…las imágenes se empiezan a desdibujar y todo se vuelve demasiado caótico.

Pero de todos modos intentaré llegar a él, quizás aprenda algo en el camino…y si no bueno al menos así pasaré el día.

Supongo que todo comenzó… ¿Cuándo se supone que comenzó? Uhm…pensemos, si puede ser que aquel día en el parque cuando me di el golpe en la cabeza…o tal vez cuando todo en mi vida empezó a perder color, aunque claro, creo que eso es sólo una consecuencia de lo que vino antes, entonces…¿Cuándo? ¿Cuándo fue que mi vida empezó a perder color? No creo que el golpe en la cabeza fuese importante.

Oh…claro…mi amiga Ahiris…esa niña de pelo negro y mirada perdida, no es que hablase mucho claro, pero al menos me hacía compañía, bueno al fin y al cabo esa niña se fue, no recuerdo muy bien si que es se mudó o quizás sus padres…¿Tenía padres? No recuerdo haberles visto en el parque, entonces…como es que se quedaba en casa a dormir…bueno, al fin y al cabo eso no es importante, lo que si que recuerdo es que un día ya no vino al parque y entonces fue como…shhh ¡Cómo escuece! Bueno… ¿Por dónde iba? ¡Ah si! Ahiris…la eché bastante de menos cuando se fue…creo que fue entonces cuando mi mundo empezó a perder color, cuando esos sonidos apenas me dejaron dormir, ¿Qué edad tenía? Ocho o nueve años…si puede ser, no, no creo que no pudiese empezar a dormir tan pronto, además si no recuerdo mal ya estaba en el instituto, ese edificio donde nada bueno sucedía…Quizás hace ocho años… ¡Claro! Por eso he pensado en los ocho o nueve años. No es que tuviese esa edad, si no que pasó hace ese tiempo.

¡Anda! Por fin creo que he sacado algo en claro, vale sigamos…Y si fue hace ocho o nueve años entonces yo tendría… ¡Espera! ¿Cuántos años tengo? Aquí uno pierde la noción del tiempo, despertarse, desayunar, pasar el rato mirando por la ventana, comer, dormir, despertar de nuevo, merendar, seguir mirando por la ventana a ver como cae la noche, cenar y por fin volver a dormir, y así todos y cada uno de los días desde que estoy aquí metida.

Se acerca alguien, ¡Oh! Es esa señorita de nuevo, como siempre viene con una sonrisa en la boca, y esa bandeja metálica en las manos, no me cae muy bien, la sonrisa es falsa, tiene miedo, aunque claro, creo que aquí todos tenemos miedo, sobre todo yo.

Ana -la enfermera siempre se acercaba a ella susurrando su nombre, no aguantaba muy bien los sonidos altos, lo único que se conseguía acercándose a ella de esa forma es que entrase en histeria y volviese a arañarse la cara y los brazos.- Ana, cariño, es hora de tomar tu medicación.- Dos píldoras, un antipsicótico y un tranquilizante.

Puedo ver su miedo, aunque como ya he dicho aquí todos lo tienen, y ahora la hora de las medicinas, no me gustan, no me dejan casi pensar, y eso es lo único que me mantiene cuerda, aunque todos aquí piensan que estoy loca, ¿Por qué? Porque me escuecen los brazos y las mejillas, y ¿Por qué me escuecen? Cierto…ya me lo habían explicado.

domingo, 30 de octubre de 2011

Todo tiene que empezar…y esta vez empieza así. (Eric)

Dicen que lo que mal empieza mal acaba…y esta vez no iba a ser distinto. Eric salió de su embelesamiento al escuchar una sirena, podrían haber sido los bomberos, una ambulancia o incluso la policía, pero se trataba de la sirena que anunciaba el fin de las clases, puntual, no se había ni retrasado ni adelantado aunque fuera unos segundos.

Con parsimonia recoge sus cosas, primero los bolígrafos y el lápiz en el estuche, luego las hojas sueltas esparcidas por la mesa y al fin cierra la mochila y se pone el abrigo, que no es que de mucho calor, pero menos es nada. Sin ninguna prisa sale del aula y se da cuenta de que todos sus compañeros sin excepción han salido ya, aunque de todos modos a quién le importa.

Sale por la puerta principal del centro y un aire frío y cortante le da una bofetada en la cara, se sube el cuello del abrigo, agacha la cabeza sin mirar a ningún lado y comienza a andar. Al llegar a la esquina por la que tiene que pasar todos los días una mano en su pecho le corta el paso, la mira y contiene la respiración, aprieta los puños y suelta el aire con extremada lentitud, se intenta calmar antes de mirar a la persona a los ojos, algo desafiante pero sin muchas ganas de que suceda lo que sabe que va a suceder a continuación. Como casi siempre Alberto y sus amigos le han esperado.

- -¿Qué quieres Alberto?- las palabras salen de sus labios con cierto tono de desafío, aunque ya sabe de antemano que esta batalla está perdida, aunque todavía desconoce quien será el vencido.

-¿Cuánto llevas encima? No te hagas el tonto y dámelo rápido.- Una fingida sonrisa se dibuja en sus labios algo amoratados por el frío.

-Nada, ya sabes que nunca tengo nada- Eric no titubea, sin embargo vuelve a apretar sus puños, se lo tendría tan merecido…

-¿Te crees que soy tonto? Siempre llevas algo y al final siempre me lo quedo.- Alberto saca una mano de su bolsillo y le propina una bofetada, no muy fuerte pero sí lo suficiente para haberle dejado la mano marcada. Mira a sus amigos y estalla la carcajada general.

-No, no llevo nada.- sus orificios nasales se dilatan mientras se lleva la mano a la mejilla.

Y de repente la impotencia, dos manos que sujetan con fuerza sus brazos y el dolor…ese dolor que se extiende desde la boca del estómago hasta cada una de las puntas de los dedos, el tiempo pasa a cámara lenta, el vaho se escapa de sus labios y él solo quiere que termine.

Ha pasado una eternidad y el sabor metálico a sangre inunda su paladar, pero ya está solo, no hay nadie a su lado y de lo único que tiene ganas es de llorar, llorar y golpear la pared. Ha sucedido de nuevo, para dos míseros euros que llevaba encima…y ahora ¿Con qué se supone que va a comprar el pan? ¿Cómo se supone que va a llegar a casa sin él? Miles de preguntas se agolpan en su cabeza, pero no tiene respuestas para ninguna de ellas, sólo le queda avanzar, dar un paso detrás de otro. Y eso es lo que hace, se ajusta el abrigo, ese que no calienta el cuerpo y que se da cuenta se ha desgarrado por la sobaquera, y da un paso detrás de otro de camino a casa.