sábado, 5 de noviembre de 2011

Simplemente Ana.

Simplemente Ana, eso es lo que soy, o al menos eso es lo que creo ser, porque aquí lo más fácil es perder la noción de unos mismo. ¿Quién eres? ¿Dónde estás realmente? ¿De verdad importa?

Sonríes Ana, ¿Por qué lo haces?, porque es divertido si, porque aquí pierde el sentido hasta si eres o no eres la persona que creías ser, y digo creías porque si lo hubieses sabido no creo que estuvieras aquí encerrada.

La enfermera se acerca, ¿qué hora es? ¿Ya ha pasado tanto tiempo? Si apenas te dieron la medicación hace cinco minutos ¿O han pasado cinco horas? ¡Qué más da! De todos modos una vez que esas pastillas bajen por mi garganta dejaré de ser yo, crea o no crea ser cierta persona, esas pastillas me perderán, como cada día cuando las tomo.

¿Y si esta vez me negara? ¿Y si por voluntad propia, esa que creen que no tengo, ya que siempre deciden por mí, dejara de tomarlas y les hiciese experimentar el mismo terror que yo experimenté en su momento? Sería…divertido, algo inusual en estas cuatro paredes. ¿Te lo imaginas Ana? ¿Te imaginas a la enfermera corriendo a por la inyección de haloperidol?

Respira hondo, así aire dentro…aire fuera…¿Pero de verdad que no tienes ganas de hacerlo? Aire dentro…aire fuera…Cada vez esta más cerca…Aire dentro…aire fuera…Si lo quieres hacer este es el momento…Aire dentro…aire fuera…¡Ahora!

La mano de Ana se movió con rapidez, de manera que la enfermera apenas tuvo tiempo siquiera de darse cuenta de lo que sucedía y cuando se quiso dar cuenta la bandeja metálica que llevaba en las manos estaba volando por los aires y esas pastillas redondas y pequeñitas se confundían con el blanco de las paredes. La bandeja golpeó el suelo y siguió sonando hasta que finalmente se paró, las dos pastillas se perdieron por el suelo de la habitación y Ana tenía una sonrisa en los labios.

La enfermera salió corriendo, asustada, mientras Ana se echaba las manos a la cara y se la comenzaba a arañar, apenas se habían empezado a curar las heridas de la última vez que tuvo un ataque y este parecía mucho más peligroso. Cayó al suelo donde se empezó a revolcar intentando arrancarse los ojos con los dedos.

La enfermera llegó corriendo junto a un celador que intentó sujetar a la paciente en un vano intento de que dejara de lastimarse. Las piernas de Ana se convulsionaban descontroladas, por lo que estuvo a punto de partirle la nariz al celador.

Cuando al fin la consiguieron sujetar fue cuando los gritos de pánico comenzaron a sonar.

Te han cogido Ana, asúmelo, ha sido divertido pero te han cogido. Grita, grita todo lo fuerte que quieras que aquí nadie te va a ayudar. De todos modos ¿Les has visto las caras? Tenían tanto miedo…casi tanto como tengo yo ahora…Pero…pero ¿Por qué tengo que tener tanto miedo?

¡Ay! Un pinchazo…eso ha dolido…pero…pero…otra vez veo el parque, ese que veo todos los días a través de la ventana y al que no me dejan salir. Mi corazón parece pararse, pero sólo es el efecto del haloperidol…

jueves, 3 de noviembre de 2011

Punto de inflexión (II) (Ana)

Está todo tan oscuro…claro es de noche. He seguido pensando todo el día en ello, en el punto de inflexión, en ese momento en el que cambió mi vida, en el que los colores pasaron a ser una gama de blancos, grises y negros, como esta noche. ¿Qué es lo que ha hecho que me despierte? Tal vez sea este ardor de estómago, cada vez dan peor comida aquí… No te descentres Ana, no lo hagas…

Estaba pensando en cuando llegué por primera vez a ese edificio donde las cosas fueron tan mal…allí si que había reglas estúpidas, y mira que valías para estar allí…en cambio los compañeros…fueron bastante crueles, no entendían, mejor dicho no querían entender que no todos somos iguales, claro que ahora mismo eso a quien le importa, ¡A ti Ana! ¡A ti te importa! Cierto, es a mi a quien le importa.

No fue una época lo que se dice bonita y maravillosa, pero tampoco es que tuviese demasiada mala suerte, y aquí estoy, casi diez años después buscando ese punto de inflexión.

Y si…es posible que fuese aquel crepúsculo, cuando por no se qué discusión en casa salí por la puerta y fui en busca de Ahiris por la ciudad, y ahora que lo pienso eso no fue nada inteligente, hacía frío, no cogí dinero y el estómago me rugía de hambre. Si, así como ruge ahora ¿Pero que se supone que le echan aquí a la comida?

Ahiris…siempre vuelvo a ella, a esa pequeña que se quedaba mirando vete tu a saber qué, ¿Y si ese fuera el punto de inflexión? Y si…recuerdo que en mi clase había una chica que se le parecía mucho…el mismo pelo negro y la misma mirada perdida, como ella apenas hablaba con nadie, y aunque hubiera querido hablar nadie la hubiera escuchado de todos modos, me hubiera gustado acercarme a ella, pero por aquel entonces ya no dormía del todo bien, claro desde esa noche que pasé fuera de casa no conseguí volver a dormir bien.

Si lo miras bien es curioso como funciona la mente, no había pensando en ellas desde…bueno desde que me metieron aquí, pero con esas medicinas me cuesta creer que aun pueda pensar en algo que no sea dormir.

Les he escuchado, a veces cuando creen que estoy sólo mirando por la ventana se les puede escuchar si se presta la suficiente atención, y la cosa es que no quieren que pensemos porque les damos miedo, miedo a que nos hagamos daño ¿Y por qué me iba a hacer daño a mi misma? Eso no tiene ninguna lógica, pero sobre todo tienen miedo de que les hagamos daño a ellos, y bueno…algunos lo tienen con razón.

Fue hace dos días ¿Segura, Ana? Sí, creo que si, hace dos días Juan mordió a una señorita de blanco, y ya sabes lo que se dice, si te muerde alguien es muy posible que la herida se infecte, tenemos demasiadas bacterias en la boca.

Por donde iba… ¡Ah, si! Mi mente funciona a veces y ahora la necesito entera, necesito llegar al ojo del huracán, donde todo está en calma para saber que es lo que me ha traído hasta aquí.

Entonces, creo que todo empezó aquella noche, hacía frío y… ¡Oh! Mi estómago de nuevo…de verdad que así no hay quien piense con claridad, porque eso es lo que necesito, claridad, estar lúcida un día. Si, el frío, me acuerdo muy bien de él, ese que cala hasta los huesos y tu cuerpo empieza a tiritar descontroladamente intentando que las vibraciones le proporcionen algo de calor, porque éste se está escapando rápidamente. Ahí fue cuando sentí por vez primera ese terror, porque creo que no se le puede llamar de otra forma, terror, absoluto, de ese que te paraliza y hace que todos tus músculos se contraigan, alerta, lista para echar a correr, o al menos esas son las órdenes que manda tu cerebro, porque en realidad tienes tanto miedo que lo único que puedes hacer es rezar para no mearte encima.

Y de repente, como si hubiese pasado una eternidad, te encuentras sentada en una callejón, tiritando mientras el sol despunta en el horizonte, llegas a casa, te metes en la cama y los residuos del terror te acechan y no te dejan dormir, y así pasas un día y otro y otro…hasta que sin saber porqué tus padres deciden que ellos no te pueden cuidar y te encierran en un manicomio.

Si, sin duda ese fue el punto de inflexión, el terror más absoluto que se pueda experimentar, que te provoca un dolor emocional tal que ya no puedes seguir con la vida que habías llevado, que por mala que fuera siempre será mil veces mejor que lo que encontraste a la vuelta de la esquina.

lunes, 31 de octubre de 2011

Punto de inflexión (I) (Ana)

¿Cómo he podido llegar hasta este punto?...ese escozor de nuevo, en la cara, en los brazos… ¿Cómo? Claro…creo que ya me lo han explicado. Pero… ¿Cómo? Y sobre todo ¿Por qué?

No creo que se pueda saber cómo hemos llegado hasta cierto punto en nuestras vidas a no ser que vayamos hasta el momento de inflexión y lo analicemos y lo observemos desde un punto de vista ajeno a nosotros mismos, porque si estamos metidos de lleno en el torbellino…las imágenes se empiezan a desdibujar y todo se vuelve demasiado caótico.

Pero de todos modos intentaré llegar a él, quizás aprenda algo en el camino…y si no bueno al menos así pasaré el día.

Supongo que todo comenzó… ¿Cuándo se supone que comenzó? Uhm…pensemos, si puede ser que aquel día en el parque cuando me di el golpe en la cabeza…o tal vez cuando todo en mi vida empezó a perder color, aunque claro, creo que eso es sólo una consecuencia de lo que vino antes, entonces…¿Cuándo? ¿Cuándo fue que mi vida empezó a perder color? No creo que el golpe en la cabeza fuese importante.

Oh…claro…mi amiga Ahiris…esa niña de pelo negro y mirada perdida, no es que hablase mucho claro, pero al menos me hacía compañía, bueno al fin y al cabo esa niña se fue, no recuerdo muy bien si que es se mudó o quizás sus padres…¿Tenía padres? No recuerdo haberles visto en el parque, entonces…como es que se quedaba en casa a dormir…bueno, al fin y al cabo eso no es importante, lo que si que recuerdo es que un día ya no vino al parque y entonces fue como…shhh ¡Cómo escuece! Bueno… ¿Por dónde iba? ¡Ah si! Ahiris…la eché bastante de menos cuando se fue…creo que fue entonces cuando mi mundo empezó a perder color, cuando esos sonidos apenas me dejaron dormir, ¿Qué edad tenía? Ocho o nueve años…si puede ser, no, no creo que no pudiese empezar a dormir tan pronto, además si no recuerdo mal ya estaba en el instituto, ese edificio donde nada bueno sucedía…Quizás hace ocho años… ¡Claro! Por eso he pensado en los ocho o nueve años. No es que tuviese esa edad, si no que pasó hace ese tiempo.

¡Anda! Por fin creo que he sacado algo en claro, vale sigamos…Y si fue hace ocho o nueve años entonces yo tendría… ¡Espera! ¿Cuántos años tengo? Aquí uno pierde la noción del tiempo, despertarse, desayunar, pasar el rato mirando por la ventana, comer, dormir, despertar de nuevo, merendar, seguir mirando por la ventana a ver como cae la noche, cenar y por fin volver a dormir, y así todos y cada uno de los días desde que estoy aquí metida.

Se acerca alguien, ¡Oh! Es esa señorita de nuevo, como siempre viene con una sonrisa en la boca, y esa bandeja metálica en las manos, no me cae muy bien, la sonrisa es falsa, tiene miedo, aunque claro, creo que aquí todos tenemos miedo, sobre todo yo.

Ana -la enfermera siempre se acercaba a ella susurrando su nombre, no aguantaba muy bien los sonidos altos, lo único que se conseguía acercándose a ella de esa forma es que entrase en histeria y volviese a arañarse la cara y los brazos.- Ana, cariño, es hora de tomar tu medicación.- Dos píldoras, un antipsicótico y un tranquilizante.

Puedo ver su miedo, aunque como ya he dicho aquí todos lo tienen, y ahora la hora de las medicinas, no me gustan, no me dejan casi pensar, y eso es lo único que me mantiene cuerda, aunque todos aquí piensan que estoy loca, ¿Por qué? Porque me escuecen los brazos y las mejillas, y ¿Por qué me escuecen? Cierto…ya me lo habían explicado.

domingo, 30 de octubre de 2011

Todo tiene que empezar…y esta vez empieza así. (Eric)

Dicen que lo que mal empieza mal acaba…y esta vez no iba a ser distinto. Eric salió de su embelesamiento al escuchar una sirena, podrían haber sido los bomberos, una ambulancia o incluso la policía, pero se trataba de la sirena que anunciaba el fin de las clases, puntual, no se había ni retrasado ni adelantado aunque fuera unos segundos.

Con parsimonia recoge sus cosas, primero los bolígrafos y el lápiz en el estuche, luego las hojas sueltas esparcidas por la mesa y al fin cierra la mochila y se pone el abrigo, que no es que de mucho calor, pero menos es nada. Sin ninguna prisa sale del aula y se da cuenta de que todos sus compañeros sin excepción han salido ya, aunque de todos modos a quién le importa.

Sale por la puerta principal del centro y un aire frío y cortante le da una bofetada en la cara, se sube el cuello del abrigo, agacha la cabeza sin mirar a ningún lado y comienza a andar. Al llegar a la esquina por la que tiene que pasar todos los días una mano en su pecho le corta el paso, la mira y contiene la respiración, aprieta los puños y suelta el aire con extremada lentitud, se intenta calmar antes de mirar a la persona a los ojos, algo desafiante pero sin muchas ganas de que suceda lo que sabe que va a suceder a continuación. Como casi siempre Alberto y sus amigos le han esperado.

- -¿Qué quieres Alberto?- las palabras salen de sus labios con cierto tono de desafío, aunque ya sabe de antemano que esta batalla está perdida, aunque todavía desconoce quien será el vencido.

-¿Cuánto llevas encima? No te hagas el tonto y dámelo rápido.- Una fingida sonrisa se dibuja en sus labios algo amoratados por el frío.

-Nada, ya sabes que nunca tengo nada- Eric no titubea, sin embargo vuelve a apretar sus puños, se lo tendría tan merecido…

-¿Te crees que soy tonto? Siempre llevas algo y al final siempre me lo quedo.- Alberto saca una mano de su bolsillo y le propina una bofetada, no muy fuerte pero sí lo suficiente para haberle dejado la mano marcada. Mira a sus amigos y estalla la carcajada general.

-No, no llevo nada.- sus orificios nasales se dilatan mientras se lleva la mano a la mejilla.

Y de repente la impotencia, dos manos que sujetan con fuerza sus brazos y el dolor…ese dolor que se extiende desde la boca del estómago hasta cada una de las puntas de los dedos, el tiempo pasa a cámara lenta, el vaho se escapa de sus labios y él solo quiere que termine.

Ha pasado una eternidad y el sabor metálico a sangre inunda su paladar, pero ya está solo, no hay nadie a su lado y de lo único que tiene ganas es de llorar, llorar y golpear la pared. Ha sucedido de nuevo, para dos míseros euros que llevaba encima…y ahora ¿Con qué se supone que va a comprar el pan? ¿Cómo se supone que va a llegar a casa sin él? Miles de preguntas se agolpan en su cabeza, pero no tiene respuestas para ninguna de ellas, sólo le queda avanzar, dar un paso detrás de otro. Y eso es lo que hace, se ajusta el abrigo, ese que no calienta el cuerpo y que se da cuenta se ha desgarrado por la sobaquera, y da un paso detrás de otro de camino a casa.