Simplemente Ana, eso es lo que soy, o al menos eso es lo que creo ser, porque aquí lo más fácil es perder la noción de unos mismo. ¿Quién eres? ¿Dónde estás realmente? ¿De verdad importa?
Sonríes Ana, ¿Por qué lo haces?, porque es divertido si, porque aquí pierde el sentido hasta si eres o no eres la persona que creías ser, y digo creías porque si lo hubieses sabido no creo que estuvieras aquí encerrada.
La enfermera se acerca, ¿qué hora es? ¿Ya ha pasado tanto tiempo? Si apenas te dieron la medicación hace cinco minutos ¿O han pasado cinco horas? ¡Qué más da! De todos modos una vez que esas pastillas bajen por mi garganta dejaré de ser yo, crea o no crea ser cierta persona, esas pastillas me perderán, como cada día cuando las tomo.
¿Y si esta vez me negara? ¿Y si por voluntad propia, esa que creen que no tengo, ya que siempre deciden por mí, dejara de tomarlas y les hiciese experimentar el mismo terror que yo experimenté en su momento? Sería…divertido, algo inusual en estas cuatro paredes. ¿Te lo imaginas Ana? ¿Te imaginas a la enfermera corriendo a por la inyección de haloperidol?
Respira hondo, así aire dentro…aire fuera…¿Pero de verdad que no tienes ganas de hacerlo? Aire dentro…aire fuera…Cada vez esta más cerca…Aire dentro…aire fuera…Si lo quieres hacer este es el momento…Aire dentro…aire fuera…¡Ahora!
La mano de Ana se movió con rapidez, de manera que la enfermera apenas tuvo tiempo siquiera de darse cuenta de lo que sucedía y cuando se quiso dar cuenta la bandeja metálica que llevaba en las manos estaba volando por los aires y esas pastillas redondas y pequeñitas se confundían con el blanco de las paredes. La bandeja golpeó el suelo y siguió sonando hasta que finalmente se paró, las dos pastillas se perdieron por el suelo de la habitación y Ana tenía una sonrisa en los labios.
La enfermera salió corriendo, asustada, mientras Ana se echaba las manos a la cara y se la comenzaba a arañar, apenas se habían empezado a curar las heridas de la última vez que tuvo un ataque y este parecía mucho más peligroso. Cayó al suelo donde se empezó a revolcar intentando arrancarse los ojos con los dedos.
La enfermera llegó corriendo junto a un celador que intentó sujetar a la paciente en un vano intento de que dejara de lastimarse. Las piernas de Ana se convulsionaban descontroladas, por lo que estuvo a punto de partirle la nariz al celador.
Cuando al fin la consiguieron sujetar fue cuando los gritos de pánico comenzaron a sonar.
Te han cogido Ana, asúmelo, ha sido divertido pero te han cogido. Grita, grita todo lo fuerte que quieras que aquí nadie te va a ayudar. De todos modos ¿Les has visto las caras? Tenían tanto miedo…casi tanto como tengo yo ahora…Pero…pero ¿Por qué tengo que tener tanto miedo?
¡Ay! Un pinchazo…eso ha dolido…pero…pero…otra vez veo el parque, ese que veo todos los días a través de la ventana y al que no me dejan salir. Mi corazón parece pararse, pero sólo es el efecto del haloperidol…